El adiós

Unas palabras sobre el adiós

Hace unos meses la vi por última vez, a pesar de sus quejas contantes hablamos un largo rato, no se por qué pasé justo por ahí, pero estuvimos sentados bajo ese árbol, donde siempre estaba, donde la conocí.
Tenía una muy buena idea, quería hacer muchas caricaturas, de las personas, que ella conocía y fotografiarlas junto al dibujo, como una fotito que tenía en la carpeta que llevaba para todos lados. Hablamos de todo y de nada, se quejó de todo y no se quejó de nada, una familia, que no conocía la ciudad le hizo una preguntas frecuentes, hablamos u poco más sobre la gente, las actitudes y el turismo, volvió la misma familia preguntando sobre algún bowling en la zona, los mandé al club pueyrredón, cruzan la plaza, hasta el teatro Colón doblan a la derecha y a cuadra y media la encuentran.
Otras veces pase por ese mismo árbol y no estaba.
Muchas veces nos peleamos, aunque no muy en serio, porque somos muy diferentes, muy pesimista y demasiado optimista. Además a ambos nos encantaba pelear, pero odiaba rotundamente que me llamara “nene”.
Casi un mes después de verla, me enteré; en un colectivo, yendo a trabajar, justo después de anotarme en el Postítulo, sin anestesia me dieron la noticia.
El destino está escrito, suele decirse, pues yo había leído otras historias que tenían similitudes argumentativas, en los que ese hecho aparecía.
Semanas más tarde, la casualidad quiso que justo al lado de donde me encontraba, muy asiduamente, estuviese una persona que la conocía y me dijo, con mayor tacto la noticía que ya conocía, pero le agregó ciertos sucesos que habían transcurrido después. Así me enteré del diagnóstico definitivo de los médicos.
No sirvo para dar apoyo, ni tampoco para nada de esas cosas.
Recuerdo que hable con lo más cercano a un psicólogo, una estudiante de psicología, sobre el destino de las personalidades absorbentes del dolor y la amargura, que desbordan de pesimismo. No sé como combatir algo así, creo que por eso peleábamos tanto.
Nunca supe bien, como ocultar ciertos sentimientos.
Siempre le preguntaba a otro por su salud, pero nunca quise ir, pues no podría pelearla, no podría dejar de sentirme mal, y de sufrir su sufrimiento.
Creo que todos modificamos la vida de todas las vidas que tocamos. Asimismo las vidas que nos tocan se modifica, también porque al tocarnos, las tocamos y las cambiamos. La conocía desde hace tiempo, porque un amigo era compañero de ella, aunque nunca cruzamos palabra, luego fue compañera de alguien que fue extremadamente importante en un período mi vida. Finalmente fuimos compañeros.
Tuvo un notable progreso en las cosas que hacía, aunque siempre le reproche que debiera unir los conocimientos que tenía, por haber hecho una vida de caricaturas, con todo lo nuevo que incorporaba del academismo institucionalizado de la educación formal.
De repente, llegó un mail pidiendo una cadena de oración, por su pronta recuperación. No suelo rezar, lo reconozco, pero esta vez lo hice y pedí lo que dictó mi corazón.
Al día siguiente me enteré de la fatal noticia, cayó como un baldazo de agua helada en pleno mes de julio. No se me ocurrió comentarlo con otra persona, más que con esa que invade sin permiso mis recuerdos.
Tenía ganas de ir a darle ese último adiós… pero prefiero recordarla mostrando esos dientes blancos, cuando reía, esa última vez que la vi bajo ese árbol, cuando nos reíamos de los adolescentes vestidos de negro en plano verano, me contaba de sus proyectos y recordaba ese hermoso día soleado, en el cual cumplió su objetivo y se recibió de profesora de Pintura, ese día que describía como perfecto, en el cual tuvo la mejor compañía que pudo pedir, para ese momento, había ido su hijo a acompañarla, no necesitaba de nadie más para enfrentarse al tribunal y alcanzar ese sueño. Escucharla hablar así, en esa tarde, me lleno de un sentimiento extraño, una mezcla de admiración y orgullo, porque estaba compartiendo algo tan profundo conmigo.
Jamás creí en un cielo entre nubes y querubines, prefiero pensar que está saliendo de rendir, una y otra vez, que abraza a su hijo, una y otra vez, que es feliz una y otra vez.

Chau Estela, nos cambiaste a todos, por lo que no serás olvidada nunca.

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